Hoy vuelvo a mi blog de estupideces estúpidas para encumbrar una muestra de que la naturaleza es sabía, cuándo quiere, es decir, voy a hablar de las patatas.
En primer lugar hay que decir, que como todo en la vida, su sabor depende de la forma en la que se hagan, porque me vas a comparar una patata cocida, cuyo sabor me recuerda a un agradable desecho fecal, con una patata frita, oh manjar de los dioses...
Porque la patata frita es la confirmación de que teniendo buen material puede resultar buen producto, si no te las han hecho en un McDonalds, claro está. Porque hay una diferencia abismal entre patata frita hecha en casa, ya sea en freidora o en sartén, con las patatas de plástico y sal que ponen en las cadenas de comida rápida. Yo en mi casa no recurro al ketchup para tapar su sabor, pero Heinz y compañía son necesarios cuando consumes una hamburguesa en cualquiera de estos establecimientos. Esto parece una tontería, pero si lo traspasamos a otros ámbitos de la vida, no creo que a nadie le haga mucha gracia. Véase un ejemplo:
el SEXO. Si tu te lo montas en tu casa, puede salir bien o mal, pero cuando contratas a un/una profesional, tiene que cumplir, al no ser que el culpable seas tú, pero eso ya es otra historia.
Eso sí, yo prefiero una de estas patatas fritas del Mcdonalds al resto de patatas no-fritas existentes. La patata cocida sabe a... nada. Error 404, sabor not found. La patata asada tiene un sabor más arregladito, pero tiene que ser consumida con algo que enmascare su poca alegría culinaria.
Y al final del todo encontramos el puré de patata. Aquí ya no puedo opinar, porque de pequeño tenía un muñeco de Mr Potato, y claro, ahora cada vez que veo puré de patatas me imagino narices y orejas machacadas y así no hay quien coma. Típico trauma infantil,¿ no?
Mis padres lo intentaron solucionar de muchas maneras, pero al final la única solución fue calmarme a base de patatas fritas.
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